By Claude Levi-Strauss
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Hablaremos de ello después, hijo mío. La última chispa de vida y terror iluminó los ojos del duque. -El rey no me perdona. . no alivia. . mis últimos momentos con el perdón. Tales fueron las í~ltimaspalabras del duque de Berry. El médico pidió un espejo. Luis le alcanzó una caja de rapé y el médico la acercó a las fosas riasales y labios del duque. -Todo ha acabado -susurró el médico. -Ayúdeme, hijo mío -dijo el rey al médico-. Ttngo que hacerle un Último servicio. El anciano tullido se apoyó en el brazo del médico, cerró 10s ojos del cadáver que había sido el impetuoso duque de Berry y todos los presentes cayeron de rodillas.
Se lo puedo prometer mientras yo ocupe este puesto. Permaneció caviloso unos segundos y luego estalló colériió: -(Qué tienen contra el Louis-le-Grand? Eso es lo que qiierría saber. -Sefior, es un tema penoso; preferiría no decirlo. -Pero usted debe decirmelo. Debo saber. ¡Insisto! Los ojos inyectados en sangre de Berthot se clavaron en el rígido rostro q¿re estaba frente a él. -Dicen que usted, señor, traerá de nuevo a los jesuitas y le dar& la. escuela a su orden. -iOh! Otra vez esa vieja historia.
Caballeros, sé que mis palabras les sonarán extrañas. Pero rio podemos ganar esta lucha. No podemos ganar una batalla , contra novecientos estudiantes. Quizá parezca que alcanzamos la victoria. Pero cuanto n~ayornos parezca n nosotros la vict~ria, mayor será nuestra derrota final. El director había estado tamborileando sobre la mesa y, antes de que Monsieur de Guerle se sentara, comenzó violentamente: -Si lo comprendo a usted correctamente. Monsieiir de Guerle, usted desea que negociemos con los rebeldes, que los tratemos ccimo a iguales de los profesores y celadores.