By Gadamer Hans-georg
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117] repetidas, sino determinado por el encuentro mismo es como se deja que lo que era sea para aquel que uno es. Pero ésa no es precisamente la función propia del arte, ni ahora ni nunca. Podría mencionar algunos hechos. La gran tragedia griega, por ejemplo, que todavía hoy presenta problemas a los lectores más instruidos y perspicaces. Las sentencias de ciertos coros de Sófocles y Esquilo resultan, por su agudeza y precisión, de una oscuridad casi hermética. Y el éxito, la inmensa popularidad que ganó la integración cultual del teatro ático da fe de que no era la representación de las clases altas, o que tuviese la función de satisfacer a una comisión de festejos que otorgaba premios a las mejores obras.
Y hay una forma de discurso que corresponde a la fiesta y a la celebración que la acompaña. La celebración de una fiesta es, claramente, un modo muy especifico de nuestra conducta. Pero la estructura temporal de la celebración no es, ciertamente, la del disponer del tiempo. Las fiestas que retornan no se llaman así porque se les asigne un lugar en el orden del tiempo; antes bien, ocurre lo contrario: el orden del tiempo se origina en la * La palabra alemana para “celebración” sobre la que Gadamer reflexiona es Begehung.
Ahora bien, la pregunta que perseguíamos era: si se trata de un arte cuyo lenguaje, vocabulario, sintaxis y estilo están tan singularmente vacíos y nos son tan extraños, o nos parecen tan lejanos de la gran tradición clásica de la cultura, ¿qué es lo que propiamente reconocemos? ¿No es precisamente el signo distintivo de la modernidad esta indigencia de símbolos, hasta tal punto profunda que, con toda su fe jadeante en el progreso técnico, económico y social, nos niega justo la posibilidad de ese reconocimiento?